Artes de México

REVISTA ARTES DE MÉXICO | La lucha libre de la tragedia urbana

04/02/2017 - 12:03 am

Nuestro país posee la cualidad de ser una región portentosa, por la persistencia y renovación de la creación artística, desde las pirámides de Cuicuilco, hasta el panorama variopinto de hoy en el que se inscribe la revista Artes de México, que en dos números nos descubre la lucha libre.

Por Guillermo García Oropeza

Ciudad de México, 4 de febrero (SinEmbargo).- Sangre Azteca y el Crítico Enmascarado nos cuentan en el primer número, 119, la historia de este deporte-espectáculo. Se brincan a griegos, a romanos y a la Edad Media para llevarnos a un bello escenario: el encuentro, cerca de Calais, donde se reunieron Francisco I de Francia y Enrique VIII. Esta reunión lujosa tenía un atractivo sensacional y novedoso: un torneo de lucha, lutte, ya con reglas definidas. Ésta es la primera referencia que hacen los historiadores sobre la lucha libre en occidente. La lutte, también conocida con una frase inglesa, catch-as-catch-can, se iría desarrollando en Europa, quizá en Francia. De ahí, viene a México, gracias a los soldados de Maximiliano. Una de las funciones sucede en el Palacio de Buenavista, por Puente de Alvarado, en la entonces “muy noble y muy leal ciudad de México”. La ocasión era la boda del mariscal Bazaine con Pepita de la Peña Azcárate. Esta boda fue el supremo evento social del segundo imperio mexicano.

La lutte se convierte en lucha libre y florece con don Porfirio y con Posada, quien le dedica un grabado de publicidad. Se refugia en circos y teatros, entre otros, en el teatro Tívoli. Aparece el primer luchador en México, Enrique Ugartechea, quien también era actor. Aquí surge un juego de espejos entre la lucha y el teatro. ¿Es teatro la lucha? La eterna pregunta, la misma que yo le hice a Wolf Ruvinskis, quien me argumentó que, en efecto, la lucha es teatro, pero uno en el que hay que tener una perfecta condición física y atlética, no se trata de un teatro de mentiras. Ya en el siglo xx, aparece una figura básica, el promotor. Y en este caso específico, me voy a referir a Salvador Lutteroth y a la Arena México en la colonia de los Doctores, una colonia proletaria, como la lucha libre.

Nuestro país posee la cualidad de ser una región portentosa, por la persistencia y renovación de la creación artística. Foto: RAM

La lucha crece en México aliada a muchos fenómenos, entre ellos al género portentoso cinematográfico, delirante con joyas como El Santo contra las mujeres vampiro o Contra la invasión marciana, y tantas más que se encuentran en cinetecas internacionales. También hay joyas como las películas de Germán Robles, el Drácula mexicano, o de Juanito Orol. Hay que mencionar otro tipo de filmes como La Bestia magnífica con Rubinski, el Huracán Ramírez, el Enmascarado de Plata y Resortes. Artes de México registra también películas como Night and the City a lo que yo añadiría otras dos: The Set Up de Robert Wise con Robert Ryan, y una película italiana de Luchino Visconti, Rocco y sus hermanos. Así, hay un cine ligado a la lucha y al box, es decir, a los deportes rudos de la tragedia urbana.

Artes de México recoge algunos de los grandes temas vinculados a este deporte-espectáculo: la máscara y los enmascarados, el Enmascarado Vasco, el Rojo, el Dorado, el de Plata, y alude a una artesanía nacional que se relaciona profundamente con un país enmascarado, en el que todos llevamos el rostro impasible del lado indígena. Así, en estas páginas, se habla de la máscara como objeto de arte.

En el primer número, hay además otro portento, el estudio que realiza Janina Möbius, quien nos habla de la lucha y la lucha por la vida. Realiza una reflexión de la lucha de “los nacos” contra el progreso oficial. Se trata de un choque social entre dos versiones del país. Ella analiza la vía por la que la lucha libre asciende hasta llegar al nivel de la moda y el design. Desde mi perspectiva, quizá este gusto sea el deseo perenne de “los de arriba” de asomarse para ver cómo viven “los de abajo”, o la atracción maravillosa de la vulgaridad por parte de quienes han vivido en el esteticismo. Los franceses hablan de la nostalgie de la boue, la nostalgia del lodo y la fascinación de estar entre el vulgo. La vulgaridad es inmensamente atractiva.

La revista Artes de México, que en dos números nos descubre la lucha libre. Foto: RAM

El segundo número, 120, inicia con las llaves: el tirabuzón, plancha, cangrejo, campana, de a caballo, etcétera. Esta lista se empalma con la de los nombres de los luchadores: El Cavernario Galindo, Médico Asesino, El Enfermero, El Perro Aguayo, Mefisto, Blue Demon, El Tinieblas, Octagon, Mascarita Dorada, Lady Apache, La Novia del Santo, La Hechicera o Lady Maldad. Y en el caso específico de esta luchadora, recalco una revelación importante que menciona: “Al entrenar para ser luchadora, he aprendido que los golpes de a de veras son únicamente para situaciones en las que tu vida corre peligro. Antes de convertirme en luchadora, yo era mucho más lanzada, más caliente de sangre, me le iba a chingadazos a cualquiera y a la menor provocación”. La lucha, entonces, requiere de ética, de autodominio, de cortesía y de un profesionalismo. No es para herir, es para expresar algo más.

Termino por recomendar el ensayo de Roland Barthes, quien menciona que el catch es “el gran espectáculo del dolor, de la derrota, de la justicia”. Tras leer los dos números de Artes de México pienso que, al menos en nuestro país, gobernado por una elite insensible que obedece un proyecto de “progreso” excluyente y efímero, la lucha libre es una especie de teatro simbólico de la violencia, en medio de la violencia real.

Las revistas Lucha libre. Relatos sin límite de tiempo, núm. 119, y Lucha libre. Dos al hilo, núm. 120, están disponibles en esta página. Una sección curada por Artes de México para SinEmbargo.

 

 

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